Por monseñor Jorge Lozano (*)
- Hace una semana una noticia nos cayó como una bofetada. Una criatura murió en Misiones a causa de la desnutrición. Y esa muerte —una— nos hizo enfrentar una realidad cotidiana. En lo que va del año en esa Provincia Argentina murieron 206 niños por la misma causa.
Milagros Benítez tenía 1 año y 3 meses. Pero la edad no era lo único que tenía. También tenía una mamá pobre de 21 años que no terminó la escuela. Una “casa” rancho sin piso, sin canilla, sin agua “segura”, sin baño…
También tenía vecinos, una Provincia, un País. Nos tenía a todos nosotros que no fuimos lo suficientemente capaces de encontrar solución a “su problema”: comer para vivir.
Argentina produce alimentos para 400 millones de personas.
Argentina tiene una población cercana a los 40 millones de personas. El Censo nos dará mayores precisiones.
El 8 por ciento de los niños argentinos no alcanza a crecer todo lo que hubiera podido porque no se alimenta bien. Esto significa casi 1 de cada 10.
¿Cómo entendemos la desnutrición? ¿Cómo la explicamos en casa, en el aula, en las familias? ¿Qué razón se le da a la mamá de Milagros y a tantas otras?
En la Argentina la mitad de los niños son pobres.
Y esto no es sólo una cifra.
Lamentablemente la desnutrición infantil es un mal persistente. Hay que redoblar los esfuerzos de todos: gobernantes, iglesias, organizaciones sociales, escuelas…
La pobreza está vinculada a la riqueza mal distribuida. Es producto de la injusticia y la falta de solidaridad. El individualismo y el egoísmo nos quieren hacer mirar para otro lado. Farandulear la vida no aporta soluciones.
El hambre no es solamente necesidad de comer. No sólo deja al desnudo la ausencia de un plato de comida en la mesa sino que nos grita intemperie afectiva de un grupo familiar, falta de trabajo y educación, escasez de acceso a la salud, miseria en que lentamente vamos sumiendo a nuestros hermanos pobres en lugares de los cuales -si no vamos al rescate ya- nunca van a poder retornar.
San Pablo nos enseña a mirarnos como miembros de un mismo cuerpo para ser “mutuamente solidarios. ¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él” (Carta a los cristianos de Corinto).
Los desnutridos graves nunca aumentan del 3 por 1.000 porque se van muriendo.
Cada chico que muere, para esa familia, es un 100 por ciento.
Milagros Benítez se nos murió de hambre a todos los argentinos.
Y todos los otros niños también.
(*) Monseñor Jorge Lozano es obispo de Gualeguaychú y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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