
No se me ocurre otro empeño más civilizado y ambicioso en nuestros días que aquel que se señaló la comunidad internacional el año 2000 mirando al horizonte del 2015. Se quería conseguir reducir la pobreza y el hambre, garantizar a todos los niños la educación primaria, garantizar la igualdad entre hombres y mujeres, liberar a los recien nacidos y a sus madres de la muerte, eliminar el SIDA y la malaria, mejorar el medio ambiente y establecer una alianza mundial para el desarrollo.
La crisis económica, sin embargo, está complicando bastante el ritmo de consecución de estos colosales proyectos que recibieron el nombre de Objetivos de Desarrollo del Milenio: En el último año, cien millones de personas nuevas han pasado a engrosar la cifra de los que malviven en la pobreza extrema. Se invertía así la tendencia que desde 1995 a 2005 había conseguido mermar en 400 millones el número de los que no tienen nada.
La comunidad internacional, la ONU, no ha desistido en su empeño a pesar de la crisis. Aunque la cumbre celebrada a mediados de septiembre en Nueva York en la que participaron más de 140 jefes de Estado y de Gobierno, no consiguió concretar un plan de reactivación de los Objetivos que ayudara a impulsar esta especie de Armagedón contra la miseria y las desigualdades más lacerantes. El momento no era el más propicio. Pero aquella cumbre mantuvo este trascendental asunto entre las prioridades de la agenda mundial y lo remitió a una instancia operativa, el G 20.
Yo no pierdo la esperanza. Porque lo cierto es que en los años que van del 2000 hasta ahora, el programa Objetivos del Milenio se ha revelado como una herramienta eficaz. Malawi consiguió en cinco años pasar de la hambruna más absoluta a tener cosechas abundantes; Burundi, Ghana, Tanzania y Mozambique han conseguido la universalización de la educación primaria. En sólo tres años, Eritrea logró que el número de niños vacunados pasara de 9,6% al 76%. En Nicaragua y Brasil también se han conseguido importantes avances.
Pero la crisis es una realidad a la que los españoles, por ejemplo, identificamos con nuestro problema principal del que se deriva el desempleo. Una crisis que no es sólo económica y financiera, si no también climática y alimentaria y la imbricación de las tres es global. El cambio climático puede acabar devastando a la vez países pobres y desarrollados, si bien los pobres siempre son más vulnerables. Por eso, opino que la lucha por la consecución de los objetivos del milenio contiene en si misma virtualidades anticrisis que ojalá se abran paso en las deliberaciones del G 20 cuyos miembros deben compartir la idea de que los grandes problemas de la humanidad de hoy se deben enfrentar de modo global.
¿Es posible entonces aproximarnos en el 2015 a la consecución de los Objetivos del Milenio? Yo pienso que sí, porque la necesidad es real y, porque a pesar de la crisis que atravesamos, los recursos para hacer frente a esa realidad existen. Los países desarrollados no podremos solucionar la crisis que nos afecta en un escenario globalizado dándole la espalda a las graves desigualdades que afectan a la humanidad..
Para que el 2015 sea lo que muchos esperamos sólo hacen falta dos cosas que pertenecen al ámbito de la voluntad: la primera, la decisión política de los gobiernos, de todos los gobiernos. La segunda -muy ligada a la anterior - que a la sociedad la crisis no le impida ver el hambre. Porque es cierto: el ideal de la igualdad no es una planta que nazca espontáneamente en la naturaleza como nacen la hierba o los arbustos. Es un producto de inteligencia y de corazón. Igualdad y solidaridad nacen de los ideales más nobles y de las decisiones políticas más acertadas y desde ahí se contagian a la sociedad formada por hombres y mujeres cada vez más civilizados, cada vez con más conocimientos globales, cada vez más humanos, cada vez más motivados ante retos de gran altura moral como los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
(Publicado por Migel Ángel Palacio en Qué, sitio en Internet).
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