
En medio de una sensación de urgencia acecha el temor de que los gobiernos no dispongan de los recursos necesarios
Al igual que la defensa nacional, asegurar provisiones de alimentos generalmente se considera una tarea central del gobierno. De allí que, al elevarse los precios, la seguridad alimentaria está trepando a lo más alto de la agenda política. O así parece.
El 24 de diciembre, el principal funcionario científico del gobierno británico dijo que "ahora se impone el argumento a favor de una acción urgente en el sistema de alimentos global". Estaba presentando un informe de cientos de científicos que concluye con un duro alerta tanto para los actuales como para los futuros funcionarios respecto de las consecuencias de la inacción. "La producción de alimentos y el sistema alimentario deben ser una prioridad mucho mayor en las agendas políticas de todo el mundo", dice el trabajo.
Los políticos afirman que están escuchando. "Si no hacemos nada, dijo el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, corremos el riesgo de que se produzcan disturbios por los alimentos en los países más pobres y un efecto muy desfavorable sobre el crecimiento económico global".
Las compañías también están prestando atención. En el encuentro en Davos entre los que se autoproclaman como "poderosos y buenos", pocos días más tarde, una cantidad de firmas, incluyendo productoras de semillas, procesadores de alimentos y comercializadores de granos, proclamaron: "El mundo necesita una nueva visión para la agricultura". Prometieron trabajar con productores agropecuarios y gobiernos para aumentar la producción del campo, reducir emisiones y bajar la pobreza rural, todo (en una sorprendente coincidencia) en un 20% por década. En medio de esta sensación de renovada urgencia, sin embargo, acecha el temor de que los políticos, se demuestren tan cambiantes respecto de los alimentos hoy como lo han sido en el pasado.
Los primeros en decir que alimentar el mundo merece más atención no fueron políticos, científicos ni empresarios. Fueron trabajadores asistenciales de la Gates Foundation, un ente de caridad creado para centrarse en la salud. Comenzó pagando por investigaciones agropecuarias en 2006, mucho antes de que los precios de los alimentos dieran un salto. "Comprendimos que no se puede trabajar en salud sin hacer algo respecto del hambre y la pobreza", dice Prabhu Pingali, de la fundación. "Y no se puede hacer nada respecto del hambre y la pobreza sin producción agropecuaria". Desde entonces la fundación ha dado US$ 1.400 millones en subsidios a productores del Tercer Mundo; su programa ahora es comparable al de Estados Unidos.
En 2009, en respuesta a la fuerte alza de los precios, los disturbios por la falta de alimentos y los problemas en el comercio mundial, los gobiernos ricos también comenzaron a preocuparse por la producción agropecuaria y prometieron hacer algo al respecto. "A los pueblos de las naciones pobres, dijo Barack Obama en su discurso inaugural en enero de aquel año, les hacemos el compromiso de trabajar junto a ellos para hacer que prospere su producción agropecuaria". En noviembre de 2010 creó una oficina de seguridad alimentaria en la principal agencia de ayuda oficial, US-AID, para sostener su promesa con dinero y darle fuerza.
Estados Unidos presionó a otros países para que hicieran lo mismo. En una reunión cumbre en Italia en 2009, las ocho naciones más ricas del mundo comprometieron US$ 20.000 millones en tres años para seguridad alimentaria y desarrollo agropecuario. Eso llevó luego de otra cumbre del G-20 en Pittsburgh, a algo llamado Programa Agropecuario y de Seguridad Alimentaria Global (se lo conoce por la sigla en inglés, Gafsp), establecido formalmente en abril de 2010. Los donantes comprometieron US$ 900millones, más de la mitad de lo cual provino de Estados Unidos. Estas promesas corporizaron la afirmación de que los países ricos están dando impulso a una segunda revolución verde y están decididos a combatir el hambre global.
Ahora, eso está siendo puesto a prueba. Luego de elevarse a lo largo de la segunda mitad de 2010, los precios de los alimentos -medidos por el índice propio de The Economist- sobrepasaron el pico de 2008. Pero hasta ahora, los líderes del mundo no han cumplido.
En noviembre, veinte países pobres presentaron sus requerimientos al Gafsp con proyectos por valor de US$ 1.000 millones. Sólo tres recibieron algo. Eso no fue muy alentador.
Roger Thurow, del Consejo de Chicago sobre Asuntos Globales, un centro de estudios, señala que el Gafsp ya "está bloqueando".
Estados Unidos sólo ha entregado US$ 67 millones de los US$ 475 millones que había comprometido. El Congreso achicó el pedido de presupuesto del presidente en US$ 400 millones, reduciéndolo a US$ 100 millones.
Parece haber sido torpedeada también una pieza de la legislación que debía ayudar a que los esfuerzos de US-AID, pasen de estar concentrados en la ayuda de emergencia a las inversiones a largo plazo. Dos agencias de ayuda recientemente alertaron a Obama del "fuerte riesgo" de que el Gafsp deje de existir.
Otros países también están renegando de sus compromisos. Menos de un tercio de los US$ 20.000 millones comprometidos para la agricultura son fondos nuevos. Gran parte de ellos no han llegado. Una gran causa de las alzas de los precios de los alimentos son barreras comerciales impuestas por exportadores. El G-20 ha pedido al gobierno ruso que analice cómo bloquear esas barreras. Pero Rusia es uno de los principales culpables, algo así como Zorro SA, velando por la seguridad del gallinero.
No es sorprendente que los científicos y empresarios estén haciendo sonar alarmas respecto de la alimentación del mundo. "Me gustaría poder decir que la agricultura está en el punto más alto de la agenda", dice Dan Glickman, también del consejo de Chicago y ex secretario de Agricultura de Estados Unidos. "Pero no lo creo. Lo que se necesita es un liderazgo sostenido por parte de gobiernos, ONG y el sector privado. Lo veo por parte de Bill Gates y algunas compañías. Pero los grandes recursos tienen que provenir de los gobiernos y eso ahora es mucho más difícil", agrega.
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