sábado, 3 de septiembre de 2011

El escándalo del hambre


Una vez más, el escándalo del hambre se ha colado en nuestras vidas. Los telediarios y la prensa nos ofrecen imágenes terribles del dolor humano causado en algunas regiones de África. La grave crisis humanitaria que asola, de nuevo, a la población de Somalia no nos deja indiferentes, nos interpela y nos conmueve.

¿Cómo es posible que con la cantidad de alimentos que se generan en el mundo haya más de mil millones de personas que padecen hambre? Parece irracional utilizar los alimentos para generar biocombustibles o generar instrumentos financieros que permiten especular con los alimentos mientras hay, en este momento, más de diez millones de personas en riesgo de muerte por no acceder a alimentos básicos.

El panorama se presenta desolador y paradójico. En un mundo en el que el conocimiento y los avances tecnológicos podrían terminar con el hambre, lo que parece que falta es voluntad. Esta situación hoy crítica en Somalia no es exclusiva de este país; los datos globales son terribles y los esfuerzos de los gobiernos y de la sociedad civil, insuficientes. Pero quizá, ante tanta información, sería bueno distinguir algunos términos y tratar de analizar algunas causas de esta crisis. Si las hambrunas han ocasionado entre 70 y 80 millones de muertes durante todo el siglo XX, el hambre mata anualmente a entre 10 y 20 millones de personas. ¿Es posible que sigan muriendo personas por falta de comida en pleno siglo XXI?

Entre 2006 y 2008 el número de quienes padecían hambre se incrementó drásticamente por la fuerte subida del precio de los alimentos en el mundo. La esperanza era que con la salida de la crisis económica esta cifra se redujera, pero los datos indican que no está siendo así. La cifra de personas que padece hambre es mayor que hace 40 años. El último dato, de 2009, indica que 1.023 millones carece de los mínimos de alimentación.

La población que pasa hambre vive, en su mayoría, en países en desarrollo (o empobrecidos). En estos países, con bajos ingresos y déficits alimentarios, los precios de los alimentos siguen siendo muy altos (desde la subida del 2008). De acuerdo con el Banco Mundial entre octubre del 2010 y febrero del 2011 el índice de precios de los alimentos subió un 15%. Este alza se debe en gran medida a aumentos en el precio del azúcar (20%), las grasas y aceites (22%), el trigo (20%) y el maíz (12%).

El Banco Mundial estima que la pobreza extrema en países de ingreso bajo y medio pudo haber subido unos 44 millones de personas como resultado de estos incrementos, solamente entre junio y diciembre de 2010. Un 30% de quienes viven en el África Subsahariana pasan hambre (220 millones). Si a esta situación le añadimos que son sociedades que viven, en muchos de los casos, crisis por largos periodos de tiempo, la situación se agrava. Somalia es uno de esos países considerado en «crisis prolongada» desde la década de los 80. El conflicto armado, la falta de un gobierno central, la rivalidad entre regiones y el gran número de desplazados colocan al país en un delicado escenario. En este contexto, la sequía que hoy devasta Somalia es un elemento más en la coctelera, pero no su ingrediente principal. Una explicación sencilla de esta hambruna la atribuiría a la escasez de alimentos originada por la sequía. Pero si bien este es un elemento agravante, debemos tener claro que esta misma sequía se afronta de distinta manera en otros países y que sus impactos son muy diferentes.

Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? Lo primero que las organizaciones humanitarias y los gobiernos hacen es intentar proteger la vida de estas personas y darles de comer. La atención de las necesidades más elementales es el mayor reto para salvar la vida. Cuando uno se encuentra ante una situación así, la prioridad para las organizaciones de cooperación es asistir a las personas que sufren estas calamidades, con el objeto de que dispongan de un acceso a alimentos, servicios de salud, atención psicosocial y educación durante el tiempo que sea preciso y siempre según unos estándares mínimos de calidad.

Sin embargo, es necesario ir más allá de las medidas a corto plazo. Nuestra sociedad no puede quedarse con la imagen del bebé hambriento en brazos de su madre sollozante: debemos apretar los dientes de rabia e indignación, sí, pero sin dejar de preguntarnos el porqué de las cosas. Para ello, es preciso que las organizaciones que trabajamos en contextos humanitarios, y la sociedad civil, investiguemos, cuestionemos, informemos y denunciemos sobre las causas últimas de estas situaciones; solo así la ciudadanía tendrá una base de conocimiento con la que reclamar a sus gobernantes cambios estructurales de cara a revertir la vulnerabilidad de muchas regiones del planeta. Estos gestos de solidaridad contribuyen a mantener viva la esperanza de que otro mundo sea posible y ayudan a superar el «pan para hoy y hambre para mañana».

(Tomado del Diariovasco.com)

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