Por Manuel Navarro Escobedo*
La Habana (PL).- Lo más conocido hasta ahora sobre Afganistán es la presencia de militares de Estados Unidos y de la Fuerza de Asistencia Internacional a la Seguridad de la ONU, bajo comando de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Aunque se sabe, además, de fuerzas insurrectas islámicas que defienden la independencia y soberanía nacionales y cuyo objetivo central, según sus líderes, es aniquilar o hacer abandonar el territorio centroasiático a los ocupantes extranjeros, que lo invadieron en octubre de 2001.
A la orden del día, desde hace más de 11 años, sólo se habla y escribe sobre operaciones, ofensivas, combates, atentados con coche-bombas, ataques suicidas y bombardeos contra la población civil, en especial en las áreas rurales productivas.
Esto tiene su lógica. A los órganos mediático internacionales no les interesa divulgar acerca de la existencia de un numeroso elemento o cuarto segmento que habita el país, el cual está amenazado de desaparecer por carecer de los más mínimos recursos para su defensa contra el hambre.
De ahí que la subsecretaria general de la ONU para Asuntos Humanitarios, Valerie Amos, alerte sobre las vastas necesidades que enfrenta la población e instó a la comunidad internacional un mayor compromiso económico para enfrentar el respaldo a las necesidades de los afganos.
Debemos continuar movilizando recursos para ayudar a los que se encuentran en necesidad extrema, aseguró en rueda de prensa Amos, quien regresó a Nueva Cork, tras un recorrido de tres semanas por la nación islámica centroasiática, y afirmó que hay millones de personas afectadas por el conflicto y los desastres naturales.
La mayor parte de esos refugiados, unos cinco millones, se asentaron en las vecinas naciones islámicas de Irán y Pakistán, pero otros trataron de rehacer su vida en campamentos de acogida repartidos por el territorio afgano, sin sostén oficial y sólo a duras penas con la escasa ayuda de la comunidad internacional.
En este contexto, la jefa de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, visitó durante su estancia varias zonas afganas, donde vio las terribles condiciones de vida de las familias en los 42 asentamientos en Kabul, en los cuales malviven "los más pobres de los pobres".
También presenció las condiciones de los desplazados internos en la principal ciudad norteña de Mazar-i-Sharif y subrayó que el número de los que todavía no han podido regresar a sus hogares suma 500 mil dentro de Afganistán.
Amos se hizo eco, asimismo, de la situación que viven de manera general las mujeres en el país asiático, con alta tasas de mortalidad, una de las mayores del planeta; de pobreza extrema y grandes dificultades para acceder a la sanidad y la educación.
De ahí que apele a que la seguridad física de los afganos necesita que la comunidad internacional invierta en su desarrollo humano y en la entrega de servicios vitales, como vivienda, educación primaria y sanidad.
La ONU calcula que este año son necesarios 437 millones de dólares para proveer ayuda humanitaria en Afganistán, pero la funcionaria dice que hasta el momento sólo se recaudó el 27 por ciento de esos fondos.
Este desamparo prevalece pese a los miles de millones de ayuda económica internacional que recibieron desde el 2002 las autoridades de Afganistán, país que mantiene uno de los índices de desarrollo más bajos del mundo.
A ello contribuye el recrudecimiento del conflicto extendido a diversas partes del territorio antes consideradas relativamente pacíficas, donde el pasado año perdieron la vida tres mil 21 civiles frente a los dos mil 790 de 2010, de acuerdo con estadísticas de la misión de la ONU en Afganistán.
Un gran porcentaje de esas víctimas fatales se debe a los indiscriminados bombardeos aéreos, las operaciones nocturnas y las masacres perpetradas por Estados Unidos y la OTAN.
Esa grave crisis se agudiza por la permanencia de más de 130 mil soldados desde 40 estados agrupados en la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad, enviada por la ONU bajo el comando de la OTAN, entre ellos más de 90 mil de Estados Unidos.
Por esto Afganistán sigue siendo el quinto país más pobre del mundo, de acuerdo con el PNUD, con la corrupción generalizada como punta de lanza que estrangula su vida social.
A ello se suma que el acceso al agua potable, la electricidad y la asistencia médica es una quimera por la cual la mitad de sus casi 30 millones de habitantes malvive por debajo de la línea de miseria.
Sólo el 10 por ciento de los que residen en ciudades grandes tienen electricidad y el cinco por ciento de la población rural solo alcanza una expectativa de vida de 46 años.
Además, la tasa de crecimiento económico previsto para este año es del cuatro por ciento y, de ella, más de la mitad proviene del narcotráfico y el resto de la ayuda internacional suministrada a la administración de Kabul.
* Periodista de la Redacción de Asia de Prensa Latina.
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