lunes, 13 de septiembre de 2010

Rwanda, pobreza entre mil colinas


Desnutrición, sida, alta mortalidad infantil y materna, analfabetismo... Y hay miedo a que los conflictos se reactiven

LAS piedras no se pueden comer, pero sí vender, aunque ahora el Gobierno les ha puesto una tasa porque son "propiedad del Estado". En Rwanda, el "país de las mil colinas", la pobreza y las enfermedades se alían con un férreo control gubernamental, la carencia de todo lo indispensable para una vida digna, una no tan lejana guerra étnica con millones de víctimas, grupos violentos, un territorio de gran potencial sísmico y el expolio cercano del Congo con su goteo constante de desplazados. Quizá es que aquí las piedras tienen más valor que las personas, sean preciosas o no. Por si acaso, la cámara fotográfica de Enrique Pimoulier (Pamplona, 1954) sí les rinde homenaje a través de centenar de instantáneas en las que rwandeses de toda edad, sexo y condición nos miran directamente a los ojos y nos preguntan por qué.

Otros sonríen o por el contrario permanecen ajenos, lejanos, rodeado de una miseria "ruborizante", en palabras del fotógrafo, cuya mirada debería estar ya acostumbrada tras pasar por tantos lugares similares. Por suerte, no lo está, porque si lo estuviera sus fotos no podrían removernos el alma ni agitarnos el pensamiento y la conciencia. No podrían sensibilizar, objetivo de esta exposición organizada por el Gobierno de Navarra y que se puede ver estos días en el Palacio del Condestable. Porque en Rwanda está el origen de la cooperación navarra. Allí, en los años 70, Medicus Mundi levantó el hospital de Nemba que, tras ser arrasado durante la guerra entre tutsis y hutus -aquel genocidio de odio étnico-, fue reconstruido y hoy atiende a una población de unas 250.000 personas. Al llegar a Kigali, la capital, cuenta Pimoulier, sorprende su orden y limpieza, tanto que se multa a quien va descalzo y se prohibe el plástico. Pero sólo es un escaparate casi virtual. En cuanto se sale de la ciudad, la cosa cambia. Los rwandeses construyen las carreteras con sus propias manos, cultivan con simples azadas, cargan con pesos desde niños, consumen agua de ríos y lagos sucios -como el lago Kivu, donde echaron tantos cadáveres durante la guerra que la gente dejó de comprar pescado-, pasan hambre y no tienen apenas acceso a la escuela ni a la salud. Malaria, meningitis, diarreas, sida... son el pan de cada día. Y el miedo también está presente, por el control gubernamental, por los grupos armados y por la injerencia -con muchos cómplices- en el cercano Congo. A tan sólo 20 km de la frontera, Pimoulier visita Mugunga, triste campo de desplazados. Y en medio de todo este panorama, "una gota de esperanza en un mar de miseria", la que pone la gente de las ONG, como Vita et Pax y Medicus Mundi, que no tienen horas al día para atender a todos. Mientras, no dejan de oírse aviones cargados de coltán, tiros de vez en cuando y olvido internacional.

(Tomado de Diariodenavarra.es)

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